El Toro de Barro

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sábado, 7 de noviembre de 2015

«El esperma del cielo» de Carlos Morales

Poema: La espuma del cielo, de Carlos Morales; Libr. de Referencia: Carlos Morales, "Salmo”, Col. «Cuadernos del Mediterráneo», Ed. El Toro de Barro, Tarancón de Cuenca, 2005.

Carlos Morales
(España, 1959)
El esperma del cielo


(Inédito, 9 de abril de 1998)




En la naturaleza todo está de pie.
 Y cada uno piensa que los otros son el suelo.
 Para sentirse vivo hay que pisar una desolación,
 algo que ya no tiene nada que decir.”
Fabio Morábito.

A Marco Antonio Gonzales 






S
é de un perro que me mira, silencioso e inmóvil,
en esa hora imprecisa de las apariciones.
Tiene el perro eso que los perros tienen
cuando en la noche descienden –saciados– de los cerros
y en los dientes les cuelgan unas alas perdidas
entre blancas y rojas, como un mechón de sangre.
Ahí está ahora, anudado y conciso a la que fue mi cama.
Ahí estoy yo, atrapado en sus ojos que la noche enrojece.
A mi lado respira, en la boca me cose su caliente vaho
y en la nuca la oscura espuma del cielo.


Nadie sabe lo que en lo oscuro pasa
cuando al perro los ojos se le encienden
y abandona mansísimo la colcha de su amo

para hundirse radiante en los pozos del atardecer,
oculto en el temblor de las campanas.
Cuando las sombras pastan sobre el mundo,

yo entorno las áridas ventanas de la casa
y en la rendija veo al perro perderse monte arriba
entre las ojos abiertos de las rosas.  

Y si al tejado subo un poco en pos de mí
izando lo contemplo su cuerpo contra el aire
hasta atrapar las nubes con sus uñas
y al pájaro infelice que ayer mismo cantaba.
Yo le espero entonces acodado en el muro
de mi corazón, y con el lomo herido
y asustado el perro se me acerca
y su pezuña escarba en lo que fue mi pecho
y sus ojos turbados me miran así,

como si yo estuviera,
como si yo no fuera el hombre del retrato.

Oh, nadie sabe en verdad lo que en las noches cunde

cuando el perro cesa su alegre cacería
y en la mano me deja un pájaro dormido,
en mi boca sellada el rojo esperma del cielo...




Otros poemas inéditos de Carlos Morales

«Josué»     *     «El viento del desierto»
«El perro»      *     «Cerezos» 


Grandes Obras de 
El Toro de Barro 
Carlos Morales, "Salmo”, Col. «Cuadernos del Mediterráneo», Ed. El Toro de Barro, Tarancón de Cuenca, 2005.
Carlos Morales, "Salmo
Col. «Cuadernos del Mediterráneo»
Ed. El Toro de Barro,
Tarancón de Cuenca, 2005.

 

























 Frida Khalo Chavela Vargas Mahmud Darwish Adonis Juan Rulfo Julio Cortázar Alejandra Pizarnik Ferico García Lorca Henry Miller Joaquin Sabina Carlos Morales Juan Manuel Serrat

9 comentarios:

Lucía Castro dijo...

Es un poema terrorífico. Impresiona mucho la imagen del perro mordiendo las nuebes del cielo, y también el momento en que se acerca y de deja en la boca el esperma del cielo, al que veo como una metáfora de la destrucción en que se fundamenta siempre la vida, en la línea de lo que dicen los versos de Fabio Morábito. Pero me desconcierta mucho la presencia del hombre que espera al perro "acodado en los muros blanquísimos del amanecer". Ese hombre está muerto, no?

Nuria Saez dijo...

Este poema podría haber formado parte de EL LIBRO DEL SANTO LAPICERO, y me extraña que no lo incluyeras en él. La metáfora del "rojo esperma del cielo" es impresionante: la sangre que deja la destrucción que deja el perro a su paso cuando muerde el cielo es la fuente nutricia de la vida. Y lleva razón el anterior comentarista: el poema me pone los pelos de punta.

Josefina Montes dijo...

El hombre a veces siente la vida como orfandad, como un niño sólo y abandonado, en un mundo hostil. Sin embargo, ahí está el hombre, su aliento, sus deseos vitales.. amor, sexo, ese "esperma del cielo" que baña su boca o, como dice el epígrafe: "Para sentirse vivo hay que pisar una desolación". Gracias Poeta Carlos Morales del Coso por este bello poema.

Mónica Mera dijo...

Qué fuerte este poema, lleno de misterio y de luces que atrapan del principio al fin.

Carlos Morales / El Toro de Barro dijo...

El poema fue producto de una alucinación, a la que procura ser fiel hasta el final. El núcleo de la alucinación es una realidad: la lengua del perro que te lame feliz moviendo la cola acaba de rasgar un pájaro que ha cazado por la noche. La ternura se escribe, así, con un manchón de sangre en la mano. Por muy salvaje que sea la formulación de esta contradicción, la contradicción misma no deja de ser cotidiana. Y la contradicción se agranda cuando a quien lame el perro es al dueño que no está, al dueño que se ha sido, al "hombre del retrato que duerme en una zanja". La gran tragedia de la naturaleza, que obliga a que la vida se nutra de la muerte, que hace que la caricia de lo vivo haya tenido que sobrevivir primero a las argucias del combate, y que esa caricia urgentísima y animal se ofrezca a quien ya nadie recuerda, a quien ya nadie siente porque ya no es, o porque ha muerto: "y en el hombro del hombre que le amó esculpe su tosca cacería: / en la boca del hombre que yo era el rojo esperma del cielo". "El rojo esperma del cielo", la ternura que te da quien sobrevive al combate del vivir cuando uno -por fin- ha dejado de intentarlo ya. No digo estas palabras para intentar explicar el poema, sino para volver a lubricar la mente para recibir el mensaje que recibí un día no muy lejano de la tosca vida terca. Nunca me impresionó tanto vivir como cuando me di cuenta de que ya no me importaba dejar de hacerlo...

Marco Antonio Gonzales dijo...

Es un poema tremendo, quizás producto de una alucinación, pero, ¿qué no lo es? Te agradezco infinito la dedicatoria, me honra mucho. Te mando un abrazo hasta tu silencio, hasta tu persona, donde estés.

Gerardo de Jesús Monroy (México) dijo...

¡Qué fuerte! ¡Qué hermoso! ¡Qué gran poema! Un saludo con admiración desde México.

Lucas de Castro (España) dijo...

Ufff, para leer este poema uno tiene que atarse a una silla para no huir. O para no caer en el desasosiego. Lo normal es que cerremos los ojos a esta evidencia descarnada que Morales del Coso nos deja en su poema, porque necesitamos sobrevivir, pero es verdad que nuestra vida implica siempre la destrucción de otras semejantes: en cierto modo, somos un poco como los cuervos de los que hablaba una joven poeta chipriota, Jrystala Maganí, en un poema que tradujo Mario Domínguez Parra. Este poema de Morales incomoda mucho mucho. Hay que estar pasando algo muy duro para escribir algo así, tan demoledor. Y hay que tener mucho valor para releerlo. Es tan verdad, que es la hostia...

Administrador dijo...

Con Miguel Veyrat celebro que comiences a publicar tus poemas. Y el que has escogido hoy es de esos que se espejan en el lector. Esa relación entre el perro y tu mirada recoge lo dicho por Fabio Moravito. Salvo que para tu vivir no has pisado aquello que nada tiene que decir, sino todo lo contrario.

El perro que retorna, con un mechón de sangre en la boca, se anuda conciso a lo que fue tu cama, para atraparte entre sus ojos. Y contigo se marcha de nuevo a lo oscuro, para hundirse en Los pozos del atardecer, tan solo para regresar de nuevo, a escarbarte el pecho con sus ojos turbados, y dejarte en la mano un pájaro dormido, en tu boca sellada el rojo esperma del cielo.

Tú, desde un retrato, el perro desde su certidumbre y su temor, todo se lo dicen, y cada uno entiende al otro. Expresión del vivir que duele flexionando desde la habilidad para el canto hasta la oscura turbación del miedo. ¿Y quién no ha de retratarse allí? El canto sigue encerrado en un pájaro dormido. El perro continúa escarbando en la tristeza de aquel en cuyo lecho encontró cobijo alguna vez. Y el rojo esperma del cielo es aquello que atrapa lo que nadie sabe en verdad que cunde en las noches en las que sólo somos un retrato y la memoria rota de un perro.