El Toro de Barro

El Toro de Barro

jueves, 3 de marzo de 2011

"Fugaz", de Juan Ramón Mansilla

Darío Morales



FUGAZ
Juan Ramón Mansilla




Nubes

Junto al amigo contemplar el poniente,
sus luces veladas por el humo
del tabaco. Hablar de cosas
malgastadas, viejos proyectos.
Sentados frente al mundo,
pequeños y solos, figuras
de Friedrich, negras hojas
que oscilan sin viento.
Hacer acopio de signos
como quien el invierno previene
y llena de pan la despensa
para cuando deje la lluvia
sólo limo en los campos.
Instantes para callar y reír,
retener e ignorar.

Oteando las nubes ajenos a los cielos.


Panorámica
Ni una nube, ni una mancha del día
en el cielo, ni delgadas líneas
de cisura entre campo y horizonte.
Una grúa entre pinos como un pino
más, apenas diferentes las casas
de la maleza que floreció allí
y allí estará muchos años después.
¿Y este empeño por hacer, transformar?
Vanamente se llena
el paisaje sino con el paisaje.
Lomas donde tender el cuerpo,
arroyos más sonoros en la noche,
árboles con el agua del verdor.
Rocas, barro, fuegos
que nos suplican no malgastar la poesía
en cálculos estériles sobre la eternidad.



Primicias
Con cuánta inquietud preguntamos en las rudas
noches de enero y dejamos calentarse
las manos al rescoldo de tardías respuestas,
con qué docilidad pasamos las páginas
y escribimos ficciones al dorso,
cuánta respiración, cuánto silencio,
cuánta renuncia antes de tener
las primicias de mayo de nuevo en la boca.


Arte poética
Por la noche, mientras duermes,
haciendo de las suyas los fantasmas,
los relojes parados para luego,
un murmullo del que apenas sabes,
versos te vienen en el sueño,
pugnas por despertar y recordarlos,

hallar un papel donde queden bien
sujetos para la tarde siguiente.

Pero, siempre es así como sucede,
tiene tu amanecer esa amargura
que producen las mañanas,
acaso por la sensación de haber
perdido, y ya van tantos, el mejor,
el único de los poemas.



(Tinta sobre papel, siglo XIII, dinastía Song)

Ni el agua que transcurre torna a su manantial
ni la flor desprendida de su tallo
vuelve jamás al árbol que la dejó caer,
escribe Li Po,
quien según la leyenda se ahogó en una noche
de curda tratando de abrazar la luna
en el río.
Quizá él sea la figura que demora
su paso en una senda de montaña.
Un arroyo entre los riscos,
un cerezo da las primeras flores.
Las aves se elevan y desaparecen
como con las nubes las sombras.
Silba el viento del norte
acordes de mandolina, lejanos
tañidos de campana,
largo sonar de un mundo transitorio.
De pie, entona una canción
para las cimas que el añublo desvanece
en el equívoco sepia de la tinta.
Bien sabe que el despertar agosta
los racimos y bayas que maduró la noche,
y un cauce de agua hace
dudar de cuál es el curso verdadero.

Delta 

Demasiada belleza para hablar de belleza,
demasiado silencio para hablar de silencio.
Mira el paisaje: Nada en él es blando ni duro,
nada en él calla si aún vibra una última nota
del eco de los pasos por el delta callado.
¿Cómo decir lo inefable sin contradicción,
clasificar lo irreductible a categorías,
dividir lo infinito sin hallar infinitos?
Mira el río: nunca es el mismo, se nos ha dicho,
creyendo más por comodidad que por análisis
que su solidez viene del agua, no del cauce.
¿Y el agua? Lo contingente, sí, tu contingencia
que desemboca en el mar y olvida
plantar en la orilla un ciprés por cada difunto.





Otra noche para Konstantinos Kavafis

Con cierta parsimonia el viejo poeta
toma la pluma y para nuevas estrofas,
¿en yambos o espondeos?, ¿elegíacas,
satíricas?, medita un asunto ¿sobre un sabio
sofista vituperado o falúas como ibis
en el delta?, ¿acerca de ventanas que no
existen?, ¿de la orquestina de un café o las ingles
de Antonio y Patroclo? ¿Marinos
devueltos por el mar, más jóvenes y bellos,
¡ah! sí, azules, azul zafiro, años después
del naufragio? ¿De Esmirna, Atenas,
Antioquía? ¿Del ágora o los suburbios?
¿Acaso de los días de 1903, rojo vino
todavía en el cáliz?
Pero algo, ¿una mano, una voz,
un sueño?, interrumpe sus reflexiones...
Y aunque ya la edad no concede
el vigor que el cuerpo le exige,
las noches alejandrinas son demasiado
salaces para perderlas con unos versitos.


La mariposa de Chuang-Tzé

Es cálida esta tarde de febrero
y los almendros visten la franela
malva de todo lo naciente.
Por unos instantes la realidad
nos exime de ser algo distinto
a nosotros según las leyes
falsas de la vida.
Hace calor, demasiado calor
para fechas semejantes. El clima,
como los abrazos, es relativo
y puede traer los fríos pasados
aunque en el plantío las rosas vayan
a abrirse a quemarropa.
No, no nos equivoquemos.
No es la primavera que se anuncia.
Cada estación tiene sus flores y su sed
y ésas son de las que dejan su olor
muriendo pronto.

Gusanos de seda

Por mucho que sus años transcurrieran
lejos de allí de la casa de las voces
familiares por más que una ciudad
tras otra fue teatro de sus idas
bar tras bar y cuartucho por cuartucho
nunca dejó de llevar una caja
de zapatos con gusanos de seda
Los prodigios con frecuencia
suceden al alcance de la mano
y nada como el cartón de la caja
para comprender el milagro
de la metamorfosis aunque al abrirla
huyeran en vuelo las mariposas

Clase de música

Ludwig van (Beethoven, se entiende),
sin oír ni el silencio ni el aplauso
abandona el pentagrama a su ventura.
Poco significa un acorde más
si entornando los ojos puede escuchar un sueño.
Ser joven, estar allí, volver
a lo que ya nunca se repetiría.

¡Si la añoranza fuera solamente sonido!
Pero no dice nada. Lee en los labios,
mueve la mano queriendo atraparla
cerca de su boca.
Notas de deserción, sonidos de clausura.
Él -algo habitual en los sordos- las oyó.
Su cadencia fue la de un postigo que se cierra.






(Biografía de Juan Ramón Mansilla; Antología poética; Comentarios y reseñas de su obra literaria; Títulos del autor editados por El Toro de Barro y blog del autor)