El Toro de Barro

El Toro de Barro

lunes, 18 de junio de 2007

José Ángel Cilleruelo, El espejo del fondo

Hans Bellmer

EL ESPEJO DEL FONDO
José Ángel Cilleruelo
(España)

Hotel Casa de Mar


Una mañana abres la ventana
con el cuerpo desnudo de cintura para arriba,
el aire entre limpio y turbio y ella desdibujada
al otro lado de la cama.
Una mañana enciendes un cigarrillo
sentado al borde de la cama
y la miras dormir despacio
y despacio te vuelve la imagen
de ella besándote el sexo unas horas antes,
antes, tres años atrás,
no había siquiera una ventana que abrir.

Una mañana te despiertan los primeros ruidos de la calle
y corres las cortinas y abres la ventana,
una ligera brisa seca el sudor de la espalda desnuda,
buscas el tabaco en la americana
y la miras y su rostro no te dice nada.
Te apetece quizá despertar su cuerpo y besarlo
pero fumas lento y te miras en el espejo del fondo
y tu rostro apenas te dice nada.
Una mañana agradeces el frescor
que la ventana cuela, apagas el cigarrillo en el suelo,
te acercas al baño por un vaso de agua,
y oyes que dice algo desde el sueño.
Al pasar no te identificas en el espejo del fondo
y te acuestas de nuevo y de nuevo llevas tu sexo
hasta sus manos.



La noche


Conoce todas las conversaciones,
qué vida contará como la suya,
dónde habrá de reír, dónde callar.
No le sirve, por más que lo pretenda,c
omo sueño ningún hermoso rostro
ni joven. Ha cruzado muchas puertas
(entrado en tantos cuartos tantos días)
para que ahora le estremezca alguna.

Sabe que un cuerpo no es ya el paraíso,
mansedumbre del tiempo, puro don.
Pero de poco vale la experiencia,
de nada la meditación, presagio
o incertidumbre, cuando con la noche
le toma el ansia de animal herido.
Piezas ligeras


Una estación sin nadie en los andenes,
Un banco en la avenida y nadie cerca,
Un almacén abandonado,
El tope de una vía muerta,
Un autobús vacío,
Un jardín solitario,
Un tren sin luces,
La madrugada,
Un hueco.
Yo.
Canción del río Hudson


El río es la ciudad.
Digiere la inmundicia
lenta de los desagües y devora los humos
que se restriegan por su lomo en las madrugadas
de mercurio.
Barcazas con bidones
apilados y oscuros desbaratan
el trazo de las luces sobre el cauce.
Barcazas con enormes cubos
de desperdicios surcan las imágenes
de los enormes cubos del desorden.
Barcazas con las luces encendidas
y turistas borrachos, paquebotes
que dejan un sabor a gasoil en el aire,
lanchas y urcas con focos que disparan
su brillo a la madera calcinada
del agua.
Todo lo digiere, prieto
como la noche; todo lo dibuja
en su pizarra.
Y si algo estorba
o deshace el idilio que desde la avenida
miran ensimismados los amantes,
se besan, y ya nadie mira el río.

El río es la ciudad.

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