El Toro de Barro

El Toro de Barro

miércoles, 5 de abril de 2000

Juan Ramón Mansilla, Los días rotos (Amtología)

Christian Cogny


No era nuestro el tiempo



Retrato de Gustav Mahler
en su último retorno a Europa, 1911.


Todo está en el mismo sitio,
similar, nuevo, atrapado
con deslumbre de albor, con claridad desconcertante,
un viajero solo en cubierta
frasea notas truncadas con motivos de espuma.
Un sanatorio en Viena, la voz alta de quien ya no oye nada,
a proa la extinción, la renuncia, el fingimiento.
¿Quién completará las obras que sólo para el viento quiso?
Es un velo la quietud que envuelve su rostro
como un mar de repente en suspenso,
un emblema destinado a enseñar
aquello que no dice.
La brisa desordena la paz fijada de un instante
en que el aroma es tan sutil
como pueda serlo su concepto.
Desde la proa observa la fiebre
que acerca glisando
un violonchelo azul sobre las olas.
No está desplegado el tiempo,
futuro y presente apenas se distinguen.
¿Habrá música, mar, habrá canciones?
Sólo de lejos se siente la progresión de la vida,
el hechizo de evocar los presentimientos.
¡Si pudiera sustraer de la muerte un día más,
siquiera un día!
Las dudas, los contrastes, la decadencia,
el mundo con su oropel, su eterna risa,
los bosques, el mar, la melodía que ya tenía soñada.
¿Qué será de ello cuando falte?
La costa, un puerto, una mujer que saluda.
El viajero solo, interminablemente solo,
la voz crecida de quien nada percibe,
contempla el pasado como un náufrago la playa.
Quieto todo, varado en el sitio de siempre,
atrapado con sonido de sombra y silencio duro.
Un tren, el paisaje al fin detenido,
mudo definitivamente, muerto, entelado.
El tiempo se ha escindido en dos mitades.
Que no figure en la tumba nada salvo mi nombre,
quienes vengan sabrán que la música
ahora está sosegada bajo las lilas abiertas.


Mar de la Paja

La noche es ya tan vieja que nada se escucha.
En la luz dura de los astros
hay una paz triste,
un recuerdo de lluvia que pesa.
Pasan las sombras enramadas sobre el sueño.
Imágenes turbias
contra un cielo abolido.
Aturde tanto silencio,
la lentitud sin rumbo de esta noche.
No es la desidia lo que inquieta
sino la calma con que la mente
asume que las dudas, como el dolor,
no se inventan, ni existen, ni son nada.


Escultura funeraria

En cada piedra yace una pregunta que nadie responde, malograda, envuelta en glándulas rígidas, aplastada de horizontalidad.
Las preguntas, lo mismo que los cuerpos, son conciencia, límite, frontera, idioma insólito, mudo por tanto. Los sepulcros son sólo envoltura, centinelas, alcanfor aterido de la muerte.
Ellas, nada más que ellas, son lo que existe. Espacio vacío de espacio. Tiempo sin tiempo. Se desconoce lo que callan, las historias que encierran, palabras incendiadas de asombro. Es nuestra tarea tallar sus adivinaciones.
La idea del recuerdo ni siquiera permite que los recuerdos existan. La memoria, como los cuerpos, tiene estas veleidades. Nunca se afincó en la paleografía ni en la abulia calcárea de las estatuas. Tempus fugit... Por eso los cuerpos, las preguntas, quedan borrados.
Lo que quiere permanecer demasiado jamás perdura.
Recordamos ignorando todo.


Meditación de estío
No era nuestro el tiempo. Era de otros que fueron nosotros
sin cicatrices, sin velos, casi desnudos.
Otros cuya piel era dorada ,
mundo con luz y menor sobresalto.

Una visión hermosa donde dibujar
escenas que acaso sucedieron,
y quedaban tan lejos, tan rotas
como el agua se rompe en sueños distantes.

No aceptamos la forma que tuvimos.

Es sólo un rumor
que rinde su presencia
con sombras que nadie reconoce.

De nada sirve saber en dónde estamos:
La realidad conserva en sus umbrías
resplandores de una luz que no nos pertenece.

Vivir es costumbre,
fulgor fingido,
ilusión de ver entre tanta ceguera.



Oración del impío

Señor, tú que hiciste el orbe,
las rocas, los manantiales;
tú que volviste al revés
las sombras de la noche.

Haz que mi noche
sea larga y jamás se ilumine,
que nunca se hiele
el calor lechoso de su sombra.

Que no se disipe el alba,
el brillo de sus ojos,
el fulgor donde empieza
un mundo que no hiciste,

donde brilla roto en la niebla
lo vacío, lo desnudo,
lo que no dibujaste,
un mundo tan antiguo
como tu luz y mi sombra.



Museo de Villa Giuglia

(ante el sarcófago de los esposos Caere)

Seríamos tú y yo aunque menos ancianos.
Ahí es nada,
dos mil quinientos veinte años más jóvenes.
Yo te diría
en un idioma aún intraducible
palabras con acento de seda,
canciones semejantes
a estas que nos gustan en discos de vinilo.

Reclinarías la cabeza en mi pecho
y haríamos el amor de una forma igualmente imprecisa.

La noche,
una trenza inflamada,
se abrirá en milagrosos fuegos artificiales,
fogonazos
sobre un mundo infinito,
conciencia de una eternidad diferente
y una esperanza menos firme que la mía.

Supimos vivir.
Qué hermoso epitafio.







(Biografía de Juan Ramón Mansilla; Antología poética; Comentarios y reseñas de su obra literaria; Títulos del autor editados por El Toro de Barro y blog del autor)